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Muere Marcos Mazari a los 87 años

Aleida Rueda
24/ene/2013

“Creo que uno no ve su trabajo en la ciencia como algo destinado a grandes cosas o a proyectos revolucionarios, es decir, se trata de algo interesante y hay que trabajar con entusiasmo. Si uno no tiene interés en lo que hace, mejor no hacerlo”.

Marcos Mazari (1925-2013)

A sus 87 años, murió hoy el ingeniero civil y físico experimental mexicano Marcos Mazari Menzer, uno de los científicos más importantes del país que contribuyó fuertemente al estudio de la energía nuclear y a la búsqueda de soluciones a problemas estrechamente vinculados a la vida nacional, como el abastecimiento de agua potable y el hundimiento de la ciudad.

Mazari nació en la ciudad de México el 16 de junio de 1925. Se graduó como ingeniero (1953) y como físico (1956) de la UNAM y estudió un par de años de la carrera de matemáticas en la misma institución. Hizo una maestría en mecánica de suelos y estructuras y realizó estudios complementarios en la especialidad de física nuclear en el Massachusetts Institute of Technology (MIT), en el que ejerció la investigación y se desempeñó como profesor afiliado (1969-1975).

Desde 1948 fue profesor del Instituto de Física de la UNAM y en 1954 se formalizó como investigador del mismo. Mazari fue parte del IFUNAM por más de 50 años y uno de los responsables, luego de formarse en el MIT, de los primeros trabajos en el primer acelerador que llegó a México en 1952 gracias a la promoción de Alberto Barajas, Carlos Graef y Nabor Carrillo. Se trataba de un Van de Graaf de 2 millones de voltios que sería el origen de la física nuclear experimental en México, y que llegó, incluso, cuando nadie sabía casi nada de aceleradores.


Mazari en el armado del acelerador Van de Graaf. Foto: Archivo IFUNAM.

En una biografía de Mazari publicada en 2011 y escrita por los también investigadores del IFUNAM Jorge Rickards y Ángel Dacal, quien colaboró en el documento hasta antes de su muerte en 1997, describían a Mazari como un hombre totalmente comprometido con su trabajo que no tenía empacho en sacrificar, incluso, sus horas de sueño por dedicarlos a sus dos grandes pasiones: la ingeniería y la física.

“Para él, un científico es aquél que se dedica por completo, libre y desinteresadamente a sus actividades. Es un fiel amigo, transparente en su trato, escrupuloso en dar crédito a quien lo merece y modesto en reconocer su propia obra”, escribieron los investigadores.

El mismo Mazari reconocía, con modestia, su ímpetu por el trabajo. En uno de sus textos recomendaba lo que bautizó como el “método de la mosca” que llevaban a cabo él y su colega Raúl J. Marsal cuando analizaban el desarrollo de presas en el país: ir a la presa, inspeccionarla, recorrerla toda, supervisar todo, hacer un informe sobre lo visto y sobre lo que faltaba, recorrer otras y, después de un tiempo, volver para hacer la misma rutina. “A eso le llamo el ‘método de la mosca’: estar duro y duro”.


Frecuentemente, Mazari se reunía con parte del personal del IFUNAM para un pequeño convivio. Al ser la mayoría mujeres, le gustaba bromear con que era su 'harem'. Aquí, el último que celebraron en el 2005.Foto: Ana Eugenia Campos Pérez.

Marcos Mazari amaba a México, afirmaban sus colegas, y lo demostraba al esforzarse por colocar al país a la vanguardia en la investigación con tecnología propia. Muestra de ello fue su convicción por construir un espectrógrafo, luego de ver a uno de sus profesores del MIT hacer uno.

“Desarrollé un plano de un instrumento similar. Antes de regresarme, se lo enseñé y dije: ‘A ver, dígame lo que esté mal, y de una vez sepa que me propongo construirlo en México’; todo lo que me dijo fue: ‘Inténtelo’”, reseñó el mismo investigador.

Mazari lo intentó. En ese tiempo no había experiencia en estos equipos ni facilidades adecuadas para investigar. Durante 30 años, luchó para tener instalaciones experimentales adecuadas para destacar a nivel internacional y construir equipo que, incluso, atrajo a compañías extranjeras.

“Tal vez Mazari decidió desde un principio irse por el camino difícil de construir su propio equipo. Esto no fue sólo un gusto debido a su formación ingenieril, sino el convencimiento profundo de que México necesita crear su propia tecnología”, afirmaban Rickards y Dacal.

Su trabajo, además, contribuyó a la formación de diversos grupos experimentales, y no es descabellado afirmar que pocos laboratorios de física en México no fueron afectados, directa o indirectamente, por la construcción del primer espectrógrafo magnético y su equipo asociado.

Mazari escribió más de 72 artículos sobre temas relacionados con la mecánica de suelos, la física nuclear, la instrumentación y la tecnología, además de la divulgación, que aparecieron en revistas como la Revista de Ingeniería, Revista de la Escuela Nacional de Ingenieros, Revista ICA, Revista Mexicana de Física, Physical Review Letters e Instrumentación y Desarrollo.

En 1959, escribió junto con R. J. Marsal el libro El subsuelo de la ciudad de México, en el que pudo vaciar buena parte de sus estudios sobre las propiedades mecánicas de las arcillas del subsuelo, el hundimiento de edificios y propiedades mecánicas de arcilla y arenas para el enrocamiento de presas.

Durante sus últimos años, además de disfrutar de sus nietos, Mazari se dedicó al estudio del agua potable en México y a alertar sobre el peligro de que se pudieran contaminar masivamente las fuentes de agua de la ciudad.

La realidad muestra lo que nunca pudo evitar. Y quizás por eso hoy, con su muerte, sus palabras resuenan casi imperturbables: “al gobierno y a la población no nos queda otro camino que desconcentrar el valle de México a fuerza. Si no desconcentramos, la naturaleza nos lo va a cobrar, y nos lo va a cobrar caro”.

Descanse en paz Marcos Mazari.


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